Para llegar al hotel Burj Al Arab de Dubai, al que han colgado el cartel del “único hotel de 7 estrellas del mundo” (categoría que no existe, pero es que no podían conformarse con menos), tomamos el autobús número 8 en la carretera Jumeirah, paralela a la costa.
Solo pudimos acercarnos hasta una verja, que impide la entrada de cualquier curioso. Ahí nos agolpamos muchos turistas para fotografiar el edificio, cuya forma imita la vela de una embarcación árabe típica, el dhow. Para poder acceder al interior, una vez desechada la opción de dormir en una de sus lujosas habitaciones, tendrás que rascarte el bolsillo y reservar sitio en alguno de sus bares o restaurantes. Una de las opciones "más asequibles" (unos 100 euros) es un té en el restaurante del patio interior del hotel.
Las paradas del tren en medio de la palmera no funcionaban, así que aconsejados por un residente de la famosa isla artificial, fuimos en taxi hasta el final, hasta donde se alza el hotel Atlantis. El complejo hotelero incluye tiendas, un acuario ("el más grande de Oriente Medio", dicen…) y la estación de tren desde la que volver a tierra firme (15 AED, ida; 25 ida y vuelta). Puesto que carece de conexión con el metro, te ves obligado a tomar otro taxi (30 AED), de lujo, eso sí, hasta la estación de Marina Dubai. Es la opción más asequible para verla y pisarla; si no te basta tampoco con las vistas desde el Burj Khalifa y te animas a seguir agujereando el bolsillo, puedes hacer un viaje en helicóptero para disfrutar de una vista aérea.
En Dubai Marina, un distrito surgido alrededor de un canal artificial, disfrutamos de un buen paseo y de una excursión en barco, que salió al Golfo Pérsico para ofrecernos una preciosa postal de rascacielos, mientras el cielo se tornaba rosado, se iluminaban los rascacielos con diversos colores y, finalmente, la noche lo envolvía todo.
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